Un homenaje a Manuel Alcántara con los bellos textos que escribió sobre Cuenca | Actualidad | Cadena SER

2022-10-16 22:07:45 By : Mr. STEVEN MR GU

El escritor conquense Raúl del Pozo y Manuel Alcántara en 2015. / El Mundo

En los pasados días de Semana Santa conocimos la noticia del fallecimiento del escritor y poeta Manuel Alcántara, maestro de columnistas y decano de este género en la prensa española. Falleció el pasado 17 de abril a los 91 años, pero hasta hace muy pocos meses seguía publicando su columna diaria en diversos periódicos, entre ellos el Sur de su Málaga natal. En el libro sobre Federico Muelas, El articulista de periódicos, recoge José Luis Muñoz que Manuel Alcántara era “poseedor de una potente prosa narrativa que aplicó varias veces a la ciudad de Cuenca”. Esta semana en Páginas de mi Desván, José Vicente Ávila nos recuerda al poeta malagueño bajo el título genérico de Manuel Alcántara, el amigo de Federico que siempre quiso “Volver a Cuenca”. Un escritor que entre sus numerosos galardones importantes destacan el Nacional de Literatura de 1962 en la modalidad de Poesía, y los relevantes Premios Periodísticos “Luca de Tena”, “González Ruano” y el “Mariano de Cavia”, en este caso por su artículo titulado “Federico Muelas”.

Un homenaje a Manuel Alcántara con los bellos textos que escribió sobre Cuenca

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José que Manuel Alcántara fue un poeta y escritor vinculado a Cuenca. De ello presumía este escritor malagueño que podíamos decir ha muerto como se suele decir con las botas puestas, escribiendo incluso sus artículos hasta hace muy pocas semanas en su máquina Olivetti y enviándolos al periódico por fax. Entre los artículos dedicados a Cuenca dos fueron premiados, el dedicado a “Federico Muelas” tras su muerte y “Volver a Cuenca”, que consiguió el Premio “Hermanos Valdés”. Manuel Alcántara, durante su estancia en Madrid conoció a Federico Muelas, con quien mantuvo una amistad de 25 años, y fue quien le trajo a conocer Cuenca y su hocino, junto a otros escritores como Carlos Murciano y Pedro Crespo. Visitaba a Ruano en su casa de San Pedro y fue amigo también de Raúl Torres, Meliano Peraile y de manera muy especial de Raúl del Pozo, de quien dijo hace un par de años, con ocasión de la aparición del libro “El último pistolero”, del escritor de Mariana, que “no es sólo el mejor de los que quedan, sino el que mejor de los que hubo”.

Precisamente Raúl del Pozo ganó en 2015 el Premio “Manuel Alcántara”, concedido por su Fundación. Y ello sirvió para el reencuentro y abrazo entre dos excepcionales columnistas. Era el Premio a la trayectoria de Raúl del Pozo, y en esa ocasión un emocionado Manuel Alcántara mostró su alegría por ese reconocimiento que se le hacía al periodista conquense, señalando: “Estoy muy contento de que nuestro Raúl del Pozo sea el segundo vencedor del premio, tras Balbín. Raúl es un caso muy especial. No sólo está siendo el mejor de los que quedan, sino que lleva muchos años siéndolo. Los niños de la posguerra de Cuenca son indestructibles. Raúl ha visto correr el Júcar como un caramelo verde de menta...”, terminando su intervención el columnista y poeta malagueño con estas palabras tan definitorias: “Si fuera un muchacho joven, yo estaría aquí sólo para decir algún día que yo conocí a Raúl del Pozo, que le di la mano, que estaba allí y no era mentira”.

“Volver a Cuenca” fue el título de un artículo de Manuel Alcántara, premiado en 1973. Durante algunos años perduraron los premios “Ciudad de Cuenca”, y entre ellos el denominado “Hermanos Valdés”, por parte del Ayuntamiento, que supuso que bastantes escritores, periodistas y poetas, con más o menos fama, dedicasen a Cuenca artículos en la prensa nacional con nombres como los de Jesús Vasallo, Carlos Murciano, Van Halen, Manuel Alcántara o José Luis Muñoz Ramírez, que lo ganó en 1979 y que se entregaban el 21 de septiembre en la celebración de San Mateo. El trabajo de Alcántara fue publicado en el diario “Arriba” el 26 de agosto de 1973 y reproducido después en “Diario de Cuenca”. Compartimos algunos párrafos del texto que Federico quería leer en plazas públicas y tabernas:

“He vuelto a Cuenca, a esa costumbre equilibrista que solemos llamar Cuenca. He encontrado a “la bella durmiente del bosque” reclinada en su propia hermosura rara y en el final del agosto augusto y lento. Acabo de regresar de las mares mías y traigo aún en el alma la constelación olorosa de los jazmines. ¿A qué sitio podía ir donde se comprobara mejor la “varia España”? (…)

Postal de la Hoz del Huécar, con el puente y Convento. Al fondo, el Hocino de Federico Muelas. / Narváez

He vuelto a Cuenca en la alta noche y la he visto, como siempre, encaramada en la crestería, entre escudos de piedra. Cada conquense es un vigía. Un testigo de la ciudad irrepetible, que sólo se parece a ella misma y a su recuerdo. Recorro sus calles y compruebo que la ciudad inventó, mucho antes que la pintura, el cubismo.

¿A quién se le ocurriría ponerle barandas al cielo? ¿Qué arquitectos locos tendieron escalas? ¿Quién supo que vivir es siempre un desfiladero? En el centro de la noche de agosto crece la magia de Cuenca. No hay ruidos; sólo rumores. Duermen en el alfar de Pedro Mercedes los toritos de barro, berrendos en luna.

Hocino que fue del conde de Toreno, Kleiser y Federico Muelas, y después de Saura. / Archivo José Vicente Ávila

Está cerrado el café Colón, y a estas horas los cuadros del Museo de Arte Abstracto deben de estar absortos en su propia contemplación. Todo aquí tiene una dimensión humana y es abarcable. Suenan mis pisadas en la noche mientras pienso en aquellos albañiles de Cuenca que mezclaban en la artesa “cal y agua casi bendita” y que ponían el grito del muro en el cielo mientras se ganaban el pan.

No es un casualidad que esta ciudad esté tan bien cantada, desde Kleiser y César González Ruano hasta Tico Medina y Raúl Torres, pasando por Pedro de Lorenzo y por Federico Muelas, que la tuvo y la tiene en volandas, y tantos otros enamorados ocasionales y firmes que un día, como yo ahora, volverán a Cuenca para pasear de noche, mirar la veleta de San Pedro, pararse en la Puerta de San Juan o la Puerta de Valencia y esperar que amanezca para contar vencejos en la torre de San Andrés.

Tampoco es casual que Cuenca haya encontrado tantos pintores, desde el mago Goñi a Grau Salas, capaces de descifrarla. No sólo tiene mucho color, sino muchos colores. Asimétrica, sabiamente desnivelada, llena de tejadillos inverosímiles y esquinas en colisión, nadie le echó nunca más fantasía a las plomadas y los niveles. (…)

Está ahora recogida y más ensimismada que nunca. Miro sus murallas; los viejos cementerios, donde se acerca, contrita, el agua huertana de sus ríos. Calle del Peso. Plaza de los Carros. ¡Cómo le va la noche a esta ciudad, que se asoma a la ciudad desde sus propias ventanas infinitas!

Todo es igual, pero distinto, entre fantasmas ciertos y una antología de rincones. Todo es diferente en la noche, pero igual en la Cuenca “encadenada y prometea”. ¿Es la Virgen de la Luz la que presta ahora este claror? ¿Es que me ha amanecido paseando?

Álamos y chopos, líneas delgadas, yo soy aquel que ayer no más estaba frente a la planicie azul del Mediterráneo, entre palmeras en huelga de brazos caldos y jazmines islámicos. El mismo que ahora mira la torre de Mangana --nadie sabe si mora, nadie sabe si cristiana-- en mitad de la noche. Yo, que he vuelto y que seguiré volviendo…

Tras la publicación de este artículo y de la entrega del premio, Federico Muelas publicó en Diario de Cuenca, en su sección “Cartas sobre la mesa”, el 10 de octubre de 1973, una “Carta abierta a Manolo Alcántara”, en la que le venía a decir al escritor malagueño, que “gracias a vosotros seguirá pasando agua literaria por los puentes, las piedras y los muros de Cuenca”. Le viene a decir que durante tiempo y tiempo, vivimos de la rentabilidad literaria, y cita los escritos y artículos sobre Cuenca de Pío Baroja, González Blanco, Unamuno, Luis Bello, Kleiser, Cela, Torrente Ballester, Julián Marías, Eugenio D’Ors, Ruano, Pedro de Lorenzo, Tico Medina y una larga lista de poetas y escritores, para colocar a Alcántara entre los mejores cantores de Cuenca: Llegaste tú y contigo otra visión, otro giro a un nuevo eje de simetría del “Cristal-Cuenca”. Terminaba su misiva a Alcántara con estas líneas: “Y hasta que te enconquensemos del todo, universalízanos, Manolo, con tus prosas. Y tus versos, que esperándolos estamos”.

Entre los premios literarios que ganó Manuel Alcántara destaca el “Mariano de Cavia”, titulado “Federico Muelas”. En 2020 se va a cumplir el centenario de este Premio, que han ganado los periodistas y escritores más conocidos del panorama nacional, entre ellos Raúl del Pozo. Federico de Cuenca como le llamó Pedro de Lorenzo, falleció el 24 de noviembre de 1974 y el día 26, en el diario “Arriba”, Manuel Alcántara publicó, el artículo titulado “Federico Muelas”. El 22 de abril de 1975, el jurado integrado por Federico Silva, Ricardo de la Cierva, Víctor de la Serna, Cristóbal Halfter y Luca de Tena concedió el premio por unanimidad al escritor malagueño, mientras que, curiosamente, el Premio “Mingote” se otorgaba al fotógrafo Leocadio López (Leo) por su fotografía publicada en “Pueblo” el 27 de septiembre de 1974, en la que aparecía el canónigo de la Catedral de Málaga, Luis Vera, saliendo a hombros por la puerta grande de la catedral durante las Jornadas de la Hermandad Sacerdotal celebradas en Cuenca, que levantaron no poca polvareda. Del texto dedicado a Federico Muelas, en el que Alcántara habla de sus visitas al Hocino de Federico, en tertulias literarias, destacamos estas líneas:

La famosa foto del canónigo de Málaga a hombros en la Plaza Mayor. / Diario de Cuenca, 1974

“Se ha ido un intérprete, uno de esos pocos hombres que tratan de explicar esto. Era una especie de Quijote de entre semana, entendido en potingues y endecasílabos; tenía algo de padre prior y de benigno conde Drácula, cortés y dicaz, amigo de conjuros y amigo de amigos.

Pudo ser el cuarto Rey Mago, el octavo sabio de Grecia, el decimotercer apóstol del Greco. Fue Federico Muelas. Apenas eso. Con su aire de erudito tagalo, de penúltimo Premio Nóbel de Física, Federico Muelas le reintegra a su Cuenca el terrón prestado. Era ya como un árbol ribereño, como una esquirla de cualquiera de sus piedras insurgentes...

Un inimaginable Federico Muelas silencioso me espera no se sabe dónde. ¿Cuántos viajes, cuántos versos, cuántas sobremesas –Federico se sentaba a la mesa sólo por la sobremesa--, cuántos ratos en su habitación a oscuras? Cuando llegaba algún amigo al hocino él izaba una bandera blanca con el escudo familiar, una bandera como un trocito de estero entre los riscos, sobre el azul de metilenio de los cielos de Cuenca.

Y hablaba, hablaba. Cuando parecía que lo había dicho todo alzaba sus manos abaciales. En resumen, la síntesis era siempre más larga que la tesis. Y Federico pasaba de la litología al urbanismo, de Fausto el escultor, a los Damianes, Lozanos, Carablancas y Teresillos de manos encallecidas que le pusieron muros al aire de Cuenca mientras se ganaban el pan. A veces, muy pocas veces, se le adivinaban las heridas. La espasmódica vida nacional le maltrató en los últimos tiempos, y los que ignoran que un villancico suyo va a durar más que sus jubilaciones le dejaron un poco sin sitio. Cuando él hablaba de eso su voz se dejaba en el aire como una mancha ferruginosa. Pero no es así como quiero recordarle.

Yo quiero al Federico mágico, al que tenía un vidrio verde hecho con agua concreta del Júcar. Un vidrio como una insignia de menta. Yo quiero al Federico mágico, que proponía, de pronto, hacerle un monumento a la viuda del Soldado Desconocido o el que aconsejó, por escrito, a un terco polemista que se pintara los cuernos con purpurina… (…)

Brindo por Federico con mi lágrima urgente y mi copa. Lo peor que pasa con los muertos es que se siguen muriendo. Y lo vamos a echar de menos”.

Como echaremos de menos a Manuel Alcántara, el columnista, el articulista, el periodista que siempre “quiso volver a Cuenca” y que supo hacer literatura del boxeo en las páginas de Marca.

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